jueves, 15 de septiembre de 2011

Ermita de San Laureano

Primer templo construido en Tunja, en 1566.Representa la arquitectura colonial por ser una sola nave y tapia pisada; aquí sepultaron en 1816 a ilustres personajes de la Independencia, fusilados en el Paredón de los Mártires. Cuenta con una silla pontifical, óleos de San Franciso Javier, Santo Ecce Homo y San Bartolomé.

1 comentario:

  1. A finales del siglo XIX San Laureano, a pesar de no ser alta ni tener una gran torre, dominaba sin embargo los alrededores donde solo había casitas de un piso. Hasta hacía muy poco la iglesia-ermita aparecía enclavada sobre un pequeño altozano al que se accedía por caminos serpenteantes en medio de una abrupta topografía. Pero las traíllas de presos que hizo traer el gobernador habían aplanado los barrancos vecinos sepultando las cañadas arcillosas que rodeaban la iglesia porque el Concejo Municipal había planeado hacer allí un parque delante del paredón de los mártires de la independencia. Los golpes de los picos no respetaron las formas caprichosas que erizaban los barrancos ni las agujas silicadas que por siglos apuntaron al cielo. En confuso desorden rodaron para hacer montón cabezas de gigantes, torres almenadas, lomos de animales fantásticos, arcadas y cráteres, vírgenes y lobos, falos y cálices, muelas y dedos, rinocerontes y tucanes tallados en profusión abigarrada al capricho de la imaginación del agua y del viento. Aplanaron dos superficies vecinas y también ahora la parroquia podía alardear de tener su propia plazuela rodeada de casitas. Tres incipientes eucaliptos y dos acacias daban al lugarejo ínfulas de parque en el que campeaba un gallo insolente que con aires de gran señor ejercía su imperio sobre el modesto grupo de gallinas que alguna vecina sacaba de casa cada mañana.
    Por delante del paredón donde fueron fusilados los próceres en 1816 había un camino sobre el que a golpes de pico y pala los presos habían esbozado la calle que llegaba hasta donde estaba el puente colonial que en los siglos anteriores marcaba el comienzo de la ciudad por la parte sur luego de entubar el arroyito que bajaba de los cerros por entre los barrancos. Se habían cansado de reparar el viejo puente construído siglos atrás en los primeros años de la colonia y los últimos bloques de piedra cayeron finalmente para formar un triste monumento al abandono. El esbozo de calle que venía paralela al Paredón de los Mártires de la independencia llegaba hasta el puente destruido. Con dudoso sentimiento patrio el visitante contemplaba desde ese lugar el ruinoso muro de tapia pisada testigo de los lejanos fusilamientos ahora cubierto por un precario entejado muy próximo ya a ser escombro. Frente a él los incansables presos habían construido una explanada después de descapotar barrancos según el proyecto que en arrebato patriótico había concebido el Concejo Municipal para construir un parque, para terminan convirtiéndose en el Bosque de la República, una hectárea de barrancos en donde se plantaron árboles, se hicieron jardines y senderos y se construyó un opoco central para patos, todo rodeado por una valla de hierro forjada con los cañones de los fusiles que se utilizaron en la batalla del Puente de Boyacá, y que en su costado norte tiene la vidriera techada que protege el viejo paredón delante del cual aparecen las estatuas de los próceres allí fusilados.
    Antonio Gómez
    Helsinki, 23 de agosto de 2013

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